sábado, 1 de diciembre de 2012

Día 7

Él se levantó de su cama como cualquier otro día normal. La efímera noche se había desvanecido y daba lugar a un imponente y brillante rayo de sol matutino. Vio la hora <<11:30am>> se sacudió en signo de preocupación y abordó un autobús. Mientras pasaba por distintas calles de la ciudad, miraba su reloj, tenía una sonrisa dibujaba en el rostro y una rosa en la mano izquierda. Había estado preparando todo. Era una perfecta reconciliación. Un encuentro sorpresa, una flor, y una sonrisa sincera. No faltaba más. El reloj lo atrapaba y no cedía. Él sabía perfectamente que tenía sólo cuarenta minutos para llegar y alcanzarla. Su plan era estar a tiempo y esperarla donde siempre. Justo frente al edificio en el que pasaba todas sus mañanas del fin de semana. Luego, mirar su reloj, arreglarse la camisa, desechar el chicle de menta que había estado refrescando su aliento. Mirar a su alrededor, cruzar la calle y buscarla. Cuando la encontrase, la seguiría a una buena distancia, de lejos para no levantar sospechas. Caminando paso por paso hasta llegar a ella. Cubrirla con sus brazos como si de un abrigo invernal se tratara, besarle la mejilla y lograr que cierre los ojos. Tomar sus manos y unirlas en un gesto romántico para después entregarle una flor más... Ella sonreiría, tal vez lo besaría y todo estaría perfecto otra vez.

Las cosas nunca salen como se planean. Siempre hay cambios y sensaciones dolorosas en cada sorpresa. Aquel día, él estaba bajando del autobús, estaba nervioso, le sudaban las manos y tenía reseca la boca. Los minutos pasaban cada vez más rápido y los segundos eran demasiado lentos a comparación del latir de su corazón. Era lógico, estaba a punto de verla después de una semana. La sensación de nerviosismo se fue haciendo más aguda hasta que escuchó el timbre del edificio. Ella estaba saliendo por la puerta principal. Tenía la misma ropa con la que la vio por primera vez en aquel lugar. Una blusa en azul cielo, pantalones blancos y zapatos que hacían la combinación perfecta. El cabello amarrado y la mirada dulce que siempre reflejaba. Pero las cosas no podían ser tan perfectas, algo tenía que salir mal.

Él se acercó poco a poco para intentar sorprenderla, cruzando calles y esquivando autos. Ella caminaba sin parar hacia la avenida. El paso de él se hizo cada vez más veloz y de repente tuvo que frenar para esconderse. Alguien más había ido a verla. Era lógico no era el único hombre detrás de una mujer tan maravillosa, pero, ¿era para tanto? Otro chico se acercó a ella y la tomó por sorpresa. Ambos sonrieron y se tomaron de las manos. Ella se desvanecía como en otro de esos sueños fatídicos que lo atormentaban de madrugada. Podía ver como la chica más linda que había conocido se alejaba de la mano de alguien más. Había terminado.

Él se quedo mirando, como si de un masoquista experto se tratara. Los vio alejarse e irse juntos. Los vio abrazarse, los vio acariciarse, los vio enamorados. Él sabía que ahora solamente era un estorbo. Su momento había pasado y lo tenía que aceptar. Tomó la rosa y la dejó delicadamente en la acera mientras una lágrima de dolor se escurría entre sus mejillas tal cual río corriente abajo. Un huracán de emociones erizó su piel. No había nada qué hacer. Ella era feliz. Él tenía que irse, no porque quisiera sino porque no tenía opción. Ella había encontrado sonrisas con alguien más.


El reloj cambió. El tiempo estaba en su contra. Todo se veía lento y gris. La lluvia avisaba que iba a acompañarlo y él estaba de acuerdo. Camino durante tres horas hasta llegar a casa. No se sentía cansado, el viaje le había servido para pensar. "¿Qué hice mal?" Se repetía todo el camino. Llegó a su casa, subió a su habitación y se aventó al colchón de su cama. Estaba deshecho, deprimido y se sentía más solo que nunca. Pasaron unos minutos para que pudiera desahogar algunas lágrimas y tomó su celular. Miró la fotografía de ella junto con su número de teléfono y mandó un mensaje: "Adiós".

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