martes, 4 de diciembre de 2012

Sueños de un escritor (Cielo Oscuro)


Prólogo



Lieja, Bélgica.
2:43 a.m.


La luz blanca de una hermosa luna iluminaba un valle solitario a las afueras del majestuoso castillo gótico Reinharstein, localizado a seis kilómetros de Malmedy, cerca de la aldea de Robertville. En aquel sendero que regalaba el oscuro valle, un hombre de edad avanzada corría apresuradamente sin una aparente razón. Sus piernas daban zancadas largas, como si de un velocista se tratara. Era una fría noche de noviembre y aquel hombre no tenía a nadie a su alrededor, salvo las imponentes rejas del estremecedor castillo que recientemente se había convertido en un museo para la gente que habitaba en Lieja. Detrás del hombre, una sombra sobresalía entre la luz que regalaba aquella hermosa luna, parecía un sujeto más joven, sobre su cabeza descansaba un sombrero negro y estaba envuelto en una gabardina de cuero. Su rostro estaba protegido detrás de un pasamontañas que lo cubría por completo, salvo dos pequeños agujeros para asomar sus penetrantes ojos verdes; en la mano izquierda portaba un arma y envuelto en la tranquilidad de aquella noche, un estruendo derribó al anciano.

—Detective Bosch, ¿por qué la prisa? —Preguntaba el confiado hombre que iba detrás del anciano con el arma recién disparada hacia su pierna.

—¿Qué diablos quieres? —Exclamó el anciano de sesenta años de edad recién cumplidos mientras yacía en el suelo húmedo tapizado de hojas muertas de aquel valle a las afueras de Lieja.

—Supongo que no me recuerda, detective Bosch, realmente no esperaba que lo hiciera. Sin embargo ya debió haber notado que usted no me interesa en lo más mínimo salvo por la información que pueda brindarme, ¿entiende? —El asesino sostenía el arma calibre treinta y seis de su revólver compacto Smith and Wesson sobre la cabeza de su víctima esperando una respuesta.

—¡Viena, Austria!, ¡Maldición! —Alcanzó a gritar el anciano sin saber que aquellas palabras iban a ser las últimas que diría. Y además palabras que le causaban una enorme culpa.

—Sabía que nos entenderíamos…—Al decir esto, el asesino presionó fríamente el gatillo de aquel revólver que devolvió la tranquilidad a aquella fría noche invernal, arrebatándole la vida al detective Bosch con una bala justo entre sus dos ojos. Mientras agonizaba aquellos últimos dos segundos de su vida, el asesino alcanzó a descubrirse el rostro y mostrar su identidad, una señal de desconcierto fue lo último que sintió John Bosch.



Aquel hombre robusto caminó hacia la oscuridad que le regalaba la noche para fusionarse con ella y desaparecer. El cuerpo sin vida del detective John Bosch permanecía en el suelo de aquel valle a las afueras del castillo; de su pierna y su cráneo emanaba la sangre púrpura que alguna vez llenó su cuerpo de vida. Era un hombre reconocido en la ciudad por muchas resoluciones de casos de homicidio, colaborador de la policía de Bélgica y aquella noche había dejado de existir.

No muy lejos del cuerpo de John Bosch, el ruido del motor de un automóvil contrastó con el silencio y lentamente se alejó del lugar hasta desvanecerse. «El asesino había huido»

Una patrulla estaba rondando las carreteras a las afueras de Lieja, en la radio una voz masculina y distorsionada estaba alertando acerca de un tiroteo cerca del castillo de Reinshardtein. Un policía novato estaba solo detrás del volante de la patrulla, era un chico recién egresado de la academia, tenía apenas veinticinco años, fanático de las series americanas de policías y homicidios se emocionó al pensar que podría ver un cuerpo sin vida, como en aquellos programas. Entonces se dirigió al lugar. Aquel patrullero se llamaba Paul Peiten; un chico arrogante que trataba de demostrar su tenacidad pero siempre terminaba arruinando todo.

Al llegar al valle, apagó el motor de su patrulla y abrió lentamente la puerta. Tomó su linterna y su arma y caminaba lentamente por el frío valle. Una atmósfera de terror cubría todo el territorio. En su mente, Paul, estaba deseando encontrar un cuerpo sin vida. «Mi primer homicidio» pensaba. Después de adentrarse unos cuantos metros, lo encontró.

Con su pequeña linterna alumbró hacia un pequeño árbol que sobresalía de entre los arbustos quedó totalmente estupefacto.

«¡Pero que rayos es esto!»

Su mirada se congeló, su cuerpo permaneció inmóvil y su mente se perdió por algunos segundos. Sintió un escalofrío que le recorría cada centímetro del cuerpo, desde sus botas hasta el último cabello rubio que tenía en la cabeza. Sus ojos azules estaban impresionados con aquella escena. Su linterna había alumbrado el rostro deshecho de uno de los mejores detectives de la ciudad. John Bosch se encontraba amarrado a un árbol, con un enorme agujero entre los ojos de donde la sangre aún escapaba. En su pierna había evidencia de otro disparo y estaba completamente desnudo. Se encontraba sin vida y con la mirada perdida en el vacío. Una nota adherida a su pecho llamaba la atención de Paul Peiten, era una hoja blanca que tenía un pequeño mensaje en tinta negra. Un mensaje aterrador y confuso que aquel patrullero no pudo comprender.

«Después de quince años, es hora de arreglar los asuntos pendientes
J.V.»

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