lunes, 10 de diciembre de 2012

La carta que nunca leerás

Hola, sé que no me conoces ni yo a ti, pero tengo muchas cosas qué decirte. Algunas de ellas no tienen la más mínima importancia, otras significan mucho para mí y no para ti y, algunas más, todo lo contrario. Nunca es fácil despedirse de alguien, mucho menos olvidar y ¿para qué hacerlo? si muchas veces existen recuerdos tan perfectos que son necesarios para continuar.

¿Recuerdas el día en que nos conocimos? La primera vez que nos vimos fue un tanto extraña. Como siempre, tu no dijiste una sola palabra y yo te miraba sutilmente sin que te dieras cuenta. Fueron dos horas en las que te había encontrado.

Más tarde nos encontramos de nuevo (¿cómo no hacerlo?), fue en la playa. Llegué a las cinco de la tarde y te volví a ver. No pasaba nada, sólo los cambios de las manecillas del reloj. Aquel día, por la noche, tenía muchas ganas de conocerte; quería saber de ti. El tiempo pasó muy rápido y ni siquiera pudimos entablar una conversación de cinco minutos. Era todo tan complicado. Pero caí.

Días más tarde pasé mi cumpleaños contigo, eso nunca lo olvidaré. Comimos comida china, reíamos, platicábamos y caminábamos. Todo era tan perfecto que no podía acabar de creérmelo. Es decir, estaba con una chica tan maravillosa, con una mirada tan tierna, y una sonrisa hermosa. Muchas veces pensaba que soñaba, pero tú me obligabas a regresar a la realidad. Como aquella vez que te llevé un ramo de flores a tu escuela, me sentía el chico más tonto por hacer algo tan anticuado y que tú apenas lo notases. Después de ese día supe que no podía pasar nada entre nosotros. De alguna manera yo estaba cayendo más y más a tus pies y tú, simplemente no tenías interés.

Tenía días buenos y días malos, dejábamos de hablar y cuando creí que las cosas podían mejorar me dijiste que querías intentar algo con tu mejor amigo. Que yo estaba de más pero aún así podíamos ser amigos. Nunca me pareció una mala idea, hasta que todo fue cambiando poco a poco. Recuerdo que platicábamos mucho más, hablábamos horas por celular, nos veíamos frecuentemente. Todo lo que había soñado estaba pasando y ambos (creo) empezamos a sentir cosas el uno por el otro.

Discutíamos, reíamos y salíamos. Éramos una pareja. Sin la etiqueta, pero al menos lo fuimos. Después de unas semanas todo era maravilloso. Hablándonos de "amor", "bebé", y el resto de cursilerías. Nos veíamos para abrazarnos y pasar aunque sea un rato juntos. Me platicabas de cómo iba tu día y las cosas que más te frustraban. Yo sólo escuchaba interesado y sonriendo por los gestos que hacías cuando te enojabas. Te criticaba mucho y decías siempre "te odio". Cuando nos despedíamos tomaba tus manos y poco a poco veía cómo te alejabas, anhelando volverte a ver.

Las dudas en mi cabeza me atormentaban, porque cuando hablaba de ti (y lo hacia), no sabía cómo referirme a lo nuestro; "amistad", "enamoramiento", "noviazgo". No sabía qué éramos y qué es lo que querías ser. Yo siempre te dije que te quería y nunca mentí. Aun lo siento. Y aun te extraño, pero no hay vuelta atrás. Tú jamás supiste decirme lo que somos, jamás supiste decirme lo que querías ser, jamás quisiste lo mismo que yo. Fueron tantas cosas que no me dijiste que sólo lograban confundirme y no hiciste nada al respecto.

¿Recuerdas el juego que quisiste? ¿El que se enamore pierde? Era un absurdo, tengo 18 años, ¿qué voy a saber de enamorarme? Pero así, sin saber, perdí. O entonces no sé cómo se le llama a pensarte todo el día, a querer ir por ti cada vez que discutíamos, a querer pasar contigo los días, a confiar en ti, a ser alguien diferente, a demostrar mis sentimientos sin miedo a salir lastimado...

Recuerdo que muchas veces me dijiste que tenías miedo. Miedo a que te lastime, a que sea otro típico patán que esperaría a que todo estuviera bien para irme con la primera chica que se me cruzara sólo para lastimarte. ¿Lo soy? Ya no importa. Igual, nunca lo sabrás.

Extraño muchas cosas, y en mi cabeza aun está aquel día que me pediste "tiempo". Te lo di. Te di mi presente y no lo devolviste. No regresaste. No sé nada de ti.

Quizá estés feliz ahora. Yo no lo estoy. Pero tengo que decir que contigo pasé momentos grandiosos que jamás querré olvidar. Que ocupaste un lugar especial en mí. Y que cuando te fuiste, a esas alturas, te llevaste más de ti que de mí. Pues di todo sin miedo a perder y eso fue precisamente lo que hice, perdí.

Ahora me ayudaste a entender que no podemos demostrarle nuestros sentimientos a la primera persona que se nos aparezca. Que es necesario crear una barrera entre nosotros mismos para que no nos vuelvan a herir. Que la persona que logre derribar esa barrera será la indicada para nosotros y ahora yo, creé esa barrera y te doy gracias a ti. Yo no pude derribar la tuya y espero que alguien pueda hacerlo. Hasta entonces espero que nunca leas esta carta y nunca sepas que te quise de verdad, más de lo que pensé. Fuiste especial y ahora eres un recuerdo que permanece en mí. Quizá algún día me sienta listo para podernos ver de nuevo, sé que cuando pasé todo será diferente, mientras tanto el no saber de ti me hace bien. También quiero que sepas que el tiempo que te conocí estuve dispuesto a cuidar tus heridas y a proteger tus cicatrices, a quererte, pero no pude hacerlo como hubieras querido.

Te quiero, Abigail.

A veces cuando ganas, pierdes.


No hay comentarios:

Publicar un comentario