martes, 11 de diciembre de 2012

Pensamientos al viento

A veces la botella de la vida nos sirve copas que una vez vaciadas incomodan por largo rato al paladar. Vinagre sutil que se fija persistente a las paredes de la boca, viciando la naturaleza de todo sabor por degustar. Son copas que quizá de haber anticipado su efecto, habríamos optado por no catar, y es solo al tomar conciencia del sabor a bilis y acero, que brota espontáneo y suplicante de lo mas profundo del alma, un deseo por que la exacta cantidad de arena caída del reloj que marcó esos malos momentos desafíe la gravedad y se vuelva a con los granos que están a la espera por descender. ¡Ay! que triste impotencia se sufre de no poder volver atrás y empezar de nuevo o nunca siquiera haber dado aquel paso maldito.

Las palabras se ocultan escurridizas entre las letras de un teclado enmudecido e inútil sin el mínimo de inspiración. Una a una, las posibles soluciones nacen y mueren en una inútil e incontenible confusión de pensamientos y sentimientos. Se desata una lucha infructuosa con uno mismo de reflexiones con tendencia caníbal que se engullen sin remordimiento unas a otras o que se levantan en armas unidas contra la cavilación que exhibe la mas alta percepción de peligro. Sin pensamiento ganador en la cabeza, con pérdida y desgaste parcial en cada razón y argumento, la conciencia se observa a si misma -como la figura astral al abandonar el cuerpo- ajena a su exterior, flotando en un caldo inestable de fluidos radioactivos y corrosivos. Un sinnúmero de condenas caen sobre una mala decisión tomada, contra ese desacertado viraje que lo aleja a uno, indolente e inevitablemente, del destino deseado. No hay paz ni consuelo que se acerquen a prestarnos auxilio en nuestra congoja, no hay medicina en el botiquín para paliar la desazón de saberse equivocado en lo elegido.

Paradójicamente, ha de ser el tiempo mismo, al que se le pide lo imposible, volverse atrás, el que ha de brindar con su paso inexorable, la única cura; es el que ha de revindicar cada suceso, que ha de otorgar a cada cosa su dimensión exacta y explicar la justa razón del porque de todo lo acontecido. Será en el tranquilo mecer de las copas de los árboles ya pasada la tormenta, que se obtendrá la perspectiva correcta, se entenderán, justificarán y apreciarán todos y cada unos de los beneficios engendrados, como en todos los partos, de una forma indeseablemente dolorosa, ¡si!, aunque también satisfactoria al tener en brazos la recompensa ante las horas de esfuerzo y sacrificio.

Todo eso se sabe y se entiende a la perfección; se comprende que llegará el instante en que agradecido se verá que todo pasó por alguna buena y justificada razón; mas en lo que llega ese día… otras cosas han de pasar para ayudarle al tiempo en su sabio proceso y para su carga aligerarle a la conciencia.

¿Cómo devolverle al espíritu el pedazo de dignidad arrancado?, no resulta fácil mantener el rumbo de un barco una vez que ha escollado, cuando la proa ha recibido duro embate y amenaza con “hacer agua” en cualquier instante. Dentro de la embarcación todo se encuentra tambaleado ante cada uno de los reveses recibidos, un golpe al orgullo por cada equivocación, un hueco en la autoestima por cada consecuencia, y en el momento de lucha por estabilizar la brújula, por recuperar la orientación y disfrutar lo que ha de hallarse a partir de ese ahora en la travesía, en el uso de las horas por resarcirse de los daños, se encuentra la formula para desechar las aguas del desasosiego, los escombros dejados por la desesperanza y la auto-conmiseración… mantenerse ocupado.


A veces cuando ganas, pierdes.

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